El conversatorio
La colectiva feminista Útero Goloso salió de Bogotá rumbo a Cali, al
Instituto Departamental de Bellas Artes. Era la primera vez que organizábamos
un viaje con un tinte académico, de exploración y también de familia. La
última vez que viajamos, una de nosotras nos dio la noticia más linda: un nuevo
integrante en el útero. Después de dos años, ahi estábamos viajando con él, estrenando el
hermoso nombre de “tías”.
En Bogotá, mientras pensábamos en Cali, empezamos a construir lo que sería
el conversatorio; ¿qué vamos a decir?, ¿por qué es importante?, ¿a alguien le
interesará? Desde esas preguntas volvimos a mirarnos: ¿qué es el útero?,
¿quiénes somos?, ¿cómo empezamos?, ¿quiénes están y quiénes se fueron?
Cali, ciudad musical, nos recibió con un clima que parecía esperarnos. Como si una profecía se cumpliera, un calorcito y un vientecito tan perfectos, qué delicia de clima. Nuestra primera parada fue Casa Sotavento, un hostal feminista que se convirtió en nuestro hogar durante cuatro días. Mientras algunas se acomodaban, ordenaban maletas, elegian habitación, camas, otras organizaban los uniformes, los tambores, los apuntes, el esquema del conversatorio, preparando todo. Compartíamos dos baños entre ocho mujeres y un bebé, así que la logística era casi un deporte extremo. Todas corríamos de un lado para otro: una planchando el uniforme, otra buscando el aro de la falda, otra ensayando mentalmente lo que iba a decir, y otra preguntando si ya estaba libre el baño. Caos hermoso y colectivo.
Ah, olvidé decir: antes de todo eso, ya habíamos hecho
nuestra primera parada obligatoria de bienvenida caleña: pan de bono, buñuelos
y pan de yuca. ¡Dios mío! Mi lugar favorito, sin duda,
fue la esquina del sabor.
Volviendo al relato inicial, y después de la crisis " vamos a llegar tarde" llegó la hora de salir, ya era un hecho, el Útero iba para el Instituto Departmental de Bellas Artes de Cali.
El conversatorio nos recibió con un contexto académico, formal y musical: las notas, el pentagrama, la historia, el tono... Un espacio donde, desde la puerta, se respiraba arte. Músicos, instrumentos, libros, partituras, todo hablaba un idioma que conocíamos a nuestra manera, pero que en ese lugar se pronunciaba con otro acento. Debo confesar que estábamos un poco ansiosas al entrar al salón, era la primera vez en Cali, era la primera vez después de dos años viajando de nuevo juntas. El salón nos esperaba lleno de instrumentos. Pensamos que moriríamos de calor, pero el aire acondicionado estaba encendido. Nosotras, como buenas rolas, habíamos empacado ropa ligera, listas para el sol, no para el frío. Antes de nuestra intervención hubo dos ponencias de profesores del instituto, cada uno compartiendo su trabajo, experiencia e investigación. El auditorio estaba lleno de estudiantes, docentes, curiosos, nosotras las golosas y un niño. Nos tocaba cerrar el evento, y con ello los nervios crecían junto con miles de pensamientos: estar en un espacio tan estructurado te hace revaluar quién eres, quiénes somos y por qué estamos ahí. Mientras tanto, se hablaba de zarzuelas, composiciones recuperadas, partituras, obras, y de la música en Cali: sus influencias, sus múltiples géneros, su clima vertiginoso que invita a conversar, bailar, caminar, al borondó.
Era apenas el primer día y no sabíamos en qué
nos habíamos metido ni cómo iba a terminar. ¿Un tinto?, ¿un cigarrillo? ¿agua?, ¿comida? ¡el bebé!, ¿los instrumentos? ¡Ay, Dios mío! Todo pasaba al mismo tiempo y
la concentración se nos escapaba. En el segundo acto, en un salón pequeño y
casi como en rueda, pero académica y no bullerenguera, una joven cantó
acompañada de una organeta interpretada por una docente: voz educada de
conservatorio, tonos altos, postura erguida, presentación impecable. Por otro
lado, las Úteras ya estábamos listas para pasar, pero antes vinieron los
diplomas, el refrigerio y un desorden que, al final, resultó buen augurio para
nuestra presentación.
“Ya llegó el fandango, ya llegó a pasear, las
calles son libres para conversar”. Con ese canto iniciamos el conversatorio:
todas de pie, firmes, respondiendo a la voz de la cantaora. Empezaron las
preguntas: ¿por qué Útero Goloso?, ¿en qué año se formaron?, ¿por qué
lesbianas?, ¿por qué Bogotá? ¿por qué esta música? Esta vez quisimos
presentarnos al estilo jean day: cada
una a su manera, unas desde el inicio, otras que llegaron hace un año, dos,
ocho… no importa, la esencia del útero sigue siendo la misma.
Cada una hablaba desde su orilla, su
experiencia y su sentir. Cómo no amar al útero, si siempre se transforma,
crece, decrece y vuelve a tomar nuevas vidas. El público escuchaba atento: unas
preguntas eran con un tinte académico y técnicas ¿qué es el bullerengue?,
¿cuáles son sus aires?, otras más políticas o desde el género o la experiencia.
Todas buscando entender nuestro bullerengue experimental arepero.
El conversatorio fue una experiencia valiosa:
músicas de raíces y tradiciones distintas, unas desde la oralidad, otras desde
la partitura y la academia, confluyendo en un mismo espacio gracias a la
curiosidad, la amistad y el deseo de conservar, admirar y compartir lo
grandioso de la música, más allá de géneros, estilos o formas.
La emoción era incontrolable. Cali, la
sucursal del cielo, nos tenía en las nubes: poder compartir nuestras
experiencias con un público respetuoso, aprender y escuchar otras historias,
géneros y formas de interpretar. Sin duda, un espacio enriquecedor. Poco a
poco, y con la energía de las úteras, el conversatorio fue llegando a su fin:
aportes de profesores, invitadas, canciones que cerraron un espacio académico
precioso. Y así, rueda, rueda, rueda el feminismo.
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